Érase una vez dos
hermanos, Fito y Fita, que vivían en Perales y pidieron a todos los vecinos del
pueblo materiales para hacer un artilugio volador. Tan solo un viejo les dio un
lápiz, con el que dibujaron el artilugio y, como por arte de magia, salió montado;
pero faltaba una pieza que
buscaron sin descanso por todo Perales. Una vez la
encontraron, en lugar de subir hacia el cielo descendieron al centro de la
tierra.
Allí dentro todo era
oscuridad pero, al cabo de unas horas, Fito y Fita pudieron ver unas luces a lo
lejos. Ellos se acercaron al lugar de donde provenían las luces y, se
encontraron una ciudad. Los dos hermanos se quedaron alucinados al ver a unos
seres
extraños con cuatro piernas, un ojo,… que venían de esa ciudad. Fito
intentó hablar con ellos pero esos seres llamados Chicandís hablaban un idioma
diferente.
El idioma que hablaban los
Chicandís era el chicandiano. Estos seres tan raros invitaron a Fito y Fita a
entrar en su ciudad, y ellos dijeron que los presentaran a su rey. Los
Chicandís los guiaron a palacio y al llegar a donde se encontraba el rey, éste
invitó a los dos hermanos a comer y pasar el día.
Después de comer, el rey
llamado Ricardín contó a Fito y Fita una leyenda sobre un mapa hallado en una
cueva, en cual contenía el camino hasta llegar a un tesoro escondido por los
antepasados del rey. Ricardín dijo a los niños que si encontraban el tesoro, él
a cambio los ayudaría a reparar su artilugio volador. Los dos hermanos
aceptaron la propuesta.
Si el rey no había ido antes a por ese tesoro
había sido porque no quería recompensar a los Chicandís, pues su padre le contó
que tuvo que esconder el tesoro
porque estos astutos seres se lo querían robar.
Fito y Fita se despidieron
del rey y emprendieron el viaje en busca del mapa. Al parecer, tenían que
atravesar la montaña Picotada y la selva Resina; impacientes y con prisa,
empezaron a caminar hasta llegar a la montaña.
La atravesaron con cuidado
y rápidamente; poco después, llegaron a la selva y divisaron una cueva. Según los
había contado el rey Ricardín, la puerta de esta cueva solo se abría con una
clave mágica que sabían únicamente los duendes de ese bosque. Ya estaban más
cerca del tesoro, pero ¿encontrarían a los duendes?
Los dos hermanos buscaron
por todos lados para ver si los duendes se hallaban allí, hasta que… en una
palmera ponía: “El hogar de los duendes”. En lo alto de esa palmera había unos
seres diminutos que hablan su idioma, y Fito les dijo que querían entrar en la
cueva. Estos seres, temerosos de los niños, accedieron a abrirla, pero ¿los
darían el tesoro?
Los duendes abrieron la
puerta a Fito y Fita. Todos los duendes los pidieron una parte del tesoro o
sino los quedarían encerrados para siempre. Y los dos hermanos compartieron con
ellos.
Cuando llegaron al poblado
de los Chicandís, el rey abrió el tesoro y vio que le faltaba una parte. Éste
se enfadó mucho pero Fito y Fita le pidieron disculpas y explicaron al rey que
sino hubiesen compartido el tesoro los duendes los quedaban encerrados. El rey,
Ricardín, dijo a los niños que si le hubieran dicho eso antes no se hubiera
enfadado y satisfecho enseñó a los dos hermanos cómo los Chicandís los tenían
preparada la máquina.
Fito y Fita se despidieron
de sus nuevos amigos y se fueron a casa felices de la aventura que los había
tocado vivido.
Fdo: Alumnos de 6º C
CEIP.
Virgen de Guadalupe (Quintana de la Serena)
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